En el corazón de La Barraca, Maracay, donde el eco del tren se entrelaza con los murmullos del mercado, se alza un guardián del tiempo: Hotel La Mulera.
Construido en 1926, bajo la visión de Juan Vicente Gómez, este hotel es un vestigio del esplendor arquitectónico que floreció en Venezuela durante las primeras décadas del siglo XX.
Un hotel con raíces andinas
El nombre del hotel, La Mulera, evoca las raíces tachirenses de Juan Vicente Gómez, un hombre que transformó Maracay en un símbolo de progreso.
La Mulera, más que un hotel, era un homenaje a la sencillez y autenticidad del campo andino, un rincón donde se respiraba el aire de los páramos en pleno centro de Maracay.
En sus pasillos, se escuchaban historias de viajeros y comerciantes que llegaban a Maracay buscando descanso y oportunidades. El Hotel La Mulera no solo ofrecía hospedaje, sino un espacio de encuentro donde se entrelazaban conversaciones sobre negocios, política y arte.
Arquitectura colonial y mosaicos originales
Las fachadas del hotel revelan la sobriedad de la arquitectura colonial venezolana:
- Tejas de terracota y muros de tapia que evocan la Maracay de antaño.
- Detalles en hierro forjado que adornan sus ventanas y puertas.
- Patios interiores rodeados de arcadas, donde la brisa susurra historias de un pasado que se niega a morir.
Los mosaicos originales del suelo, con sus colores y patrones únicos, son testigos mudos de las miles de historias que pasaron por sus pasillos.
En ellos, aún resuenan los pasos de personajes ilustres como Marcos Pérez Jiménez e Isaías Medina Angarita.
Un epicentro de historias y encuentros
La cercanía del ferrocarril convirtió a La Mulera en un punto de encuentro para comerciantes y viajeros.
Sus habitaciones, testigos de acuerdos secretos y reuniones clandestinas, acogieron a figuras del toreo como Manolete y Carlos Arruza, quienes dejaron en sus paredes ecos de pasión y aventura.
Durante sus años de esplendor, La Mulera fue más que un hotel. Fue un testigo de conspiraciones políticas, romances prohibidos y encuentros furtivos. En sus corredores, se escuchaban los ecos de las fiestas y las confidencias susurradas bajo la tenue luz de las lámparas coloniales.
Un testimonio vivo del esplendor colonial
Hoy, el Hotel La Mulera espera su renacer, un renacimiento que trae consigo el eco de un pasado vibrante y cosmopolita.
A pesar del paso del tiempo, sus muros mantienen viva la memoria de aquellos días en que Maracay era conocida como la “Ciudad Jardín” y el hotel era un refugio para almas errantes, comerciantes y artistas.
La Mulera es un espejo donde se reflejan los sueños y esperanzas de una ciudad que aún vibra con los ecos del pasado. Es un recordatorio de que el pasado no es solo una colección de hechos, sino una fuente de inspiración para el presente y el futuro.