Imaginen un tiempo en el que Cagua era un bullicioso centro de intercambio, donde carretas cargadas se desplazaban por calles empedradas. En el corazón palpitante de la ciudad, adornada por la majestuosidad de la Cordillera de la Costa, se erige un testigo mudo de épocas pasadas: la Casa Guipuzcoana.

Sus muros de adobe, curtidos por el paso del tiempo, resguardan secretos y leyendas que nos transportan al siglo XVIII, una era en la que el cacao reinaba como “oro negro” y los comerciantes vascos trazaban las rutas del comercio.

El cacao, un bien más valioso que el oro

Para aquella época, el cacao venezolano gozaba de la mejor reputación en los mercados mundiales. Por su precio, se colocó en el tercer lugar después del oro y de la plata, y en la misma posición que otro artículo precioso como era la grana. En España, llegó a cotizarse por encima de 80 pesos la fanega, y aunque la Real Compañía Guipuzcoana hizo bajarlo a 45, esta era una suma tan importante que equivalía al salario de un año.

La Casa Guipuzcoana, también conocida como Casa del Alto, con sus gruesos muros y rejas de hierro forjado, era el epicentro de este frenesí comercial. Sus amplios patios, diseñados para facilitar la carga y descarga de las preciadas semillas, y sus espaciosas salas, donde se tejían alianzas comerciales, eran el recinto de la Real Compañía Guipuzcoana, un poderoso monopolio que controlaba el comercio en la región.

De un pasado comercial a un presente cultural

Hoy, esta joya arquitectónica que data de 1728 ha sido rescatada del olvido y convertida en el Museo de Arte e Historia de Cagua, gracias a la visión de ilustres artistas como Evelio Giuseppe y Rafael Herrádez. Sus salas acogen exposiciones temporales y permanentes que celebran el talento local, nacional e internacional, convirtiéndola en un faro cultural para toda la comunidad.

Al recorrer sus espacios, uno puede sentir la energía de aquel pasado próspero. Los amplios patios, donde niños jugaban y comerciantes negociaban, invitan a la reflexión. Los salones, con sus techos altos, evocan las reuniones de hacendados y comerciantes. Y los muros, ahora adornados con cuadros y objetos antiguos, cuentan historias de un pueblo que supo valorar su rica herencia.

Un símbolo de identidad y memoria

La Casa Guipuzcoana es mucho más que un edificio; es un símbolo de identidad, un lugar donde pasado y presente se entrelazan. Sus gruesos muros, sus patios silenciosos y sus salas llenas de arte nos recuerdan la importancia de preservar nuestra historia y de compartirla con las futuras generaciones.

Así que si visitan Cagua, no duden en adentrarse en este tesoro arquitectónico. Déjense llevar por la magia de sus espacios y descubran la fascinante historia de una ciudad que supo construir su futuro sobre los cimientos de un pasado glorioso.

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