Hubo una noche en Maracay en la que la oscuridad se rindió ante el brillo del ingenio humano. Una noche que no sólo iluminó calles y plazas, sino también las aspiraciones de una ciudad entera. El 19 de enero de 1912, en medio del bullicio festivo de las Ferias de Maracay, la luz eléctrica se encendió por primera vez en la ciudad. No fue un simple acto técnico, fue el nacimiento de una nueva era.

Cuando el río se convirtió en energía

Antes de que el siglo XX desplegara su poder transformador, las noches maracayeras eran silenciosas y sombrías, apenas sostenidas por la tenue luz de las velas y las lámparas de gas. Pero aquel enero, todo cambió. El Ministerio de Obras Públicas impulsó un proyecto que parecía sacado de un sueño moderno: convertir la fuerza del río El Castaño en energía eléctrica. El ingeniero Jorge Lange fue el responsable de domar el agua, mientras Leandro Herrera ensambló con precisión el sistema que daría vida a la ciudad.

El Universal describió la hazaña como un acto de magia. Una Rueda Pelton y un dínamo de seis mil voltios, movidos por 200 caballos de fuerza del agua, iban a darle luz a Maracay. No era solo una obra de infraestructura, era un símbolo del progreso que se avecinaba.

Una ceremonia cargada de historia

El alumbrado público no llegó sin solemnidad. Los presbíteros Carlos María Castillo y Vicente López Aveledo bendijeron el momento, reconociendo que lo que se estaba inaugurando no era solo una estructura, sino una nueva forma de vivir. A la par, el señor J. M. Fernández Feo, experto en electricidad proveniente de Caracas, junto a su colaborador Carlos E. Roget, tejieron la red de alumbrado urbano, conectando cada poste, cada cable, con la esperanza de una ciudad que quería avanzar.

A las 8:00 p.m., cuando se accionó el interruptor, la Plaza Girardot se llenó de un resplandor cálido. Los fuegos artificiales iluminaron el cielo, la retreta acompañó con melodías festivas, y los rostros de los maracayeros se encendieron con una emoción que todavía resuena en el recuerdo colectivo.

legada de la electricidad no fue un hecho aislado. Fue el primer paso de una expansión sostenida. Las plantas hidroeléctricas Choroní y Uraca, construidas entre 1923 y 1926, junto con el dique El Castaño en 1928, alimentaron el crecimiento de una ciudad en constante evolución. Al principio, esta red de energía pertenecía al General Gómez, pero en 1936 pasó a manos del Estado, haciendo de la luz un bien público y colectivo.

Hoy, el antiguo edificio de la planta diésel aún se alza sobre la Avenida Mariño, como un guardián silencioso de esa historia que transformó el rostro de la ciudad para siempre.

Cada vez que encendemos un interruptor, estamos honrando el legado de aquellos que, hace más de un siglo, soñaron con un Maracay iluminado. Y nos enseña que el progreso no es un destino, sino un viaje constante, impulsado por la chispa de la creatividad y la inquebrantable fe en un mañana mejor.

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