En el pulso constante de Maracay, entre el tránsito agitado y las voces que llenan sus calles, se encuentra un refugio donde el tiempo parece transcurrir distinto. El Parque Felipe Guevara Rojas, antes conocido como Parque de los Niños, no es solo un espacio verde: es un capítulo vivo de la historia maracayera. En cada sendero, en cada sombra que proyectan sus árboles centenarios, se respira la memoria de una ciudad que ha crecido a su alrededor sin borrar lo que este lugar representa.
Un parque sembrado para la infancia y rebautizado por la historia
Corrían los años entre 1938 y 1940 cuando Maracay comenzaba a expandirse con bríos de modernidad. En ese contexto nació el Parque de los Niños, un proyecto urbano que, más que infraestructura, fue una declaración de amor al porvenir. Era una promesa de aventuras, risas, juegos y libertad. Un símbolo de que una ciudad con futuro debía regalarle a sus hijos un espacio para imaginar, correr, descubrir.
Pero el tiempo, con su manera sabia de honrar a quienes lo merecen, reescribió su nombre. El parque pasó a llamarse Felipe Guevara Rojas, en homenaje a un hombre cuya vida fue una combinación brillante de ciencia, vocación y humanidad. El doctor Guevara Rojas no solo fue médico, sino también investigador, catedrático y exministro de Instrucción Pública. Su legado no se limita a sus títulos, sino al impacto que tuvo en la educación, la salud y el pensamiento del país. Al llevar su nombre, el parque fusiona dos dimensiones vitales: el juego y el conocimiento.
Un espacio vivo en el centro de la ciudad
Hoy en día, el Parque Felipe Guevara Rojas sigue siendo uno de los pulmones más significativos de Maracay. Está enmarcado por la arquitectura urbana como si esta lo protegiera, y se abre con generosidad desde la calle Santos Michelena hasta la avenida Bolívar. Es un punto de encuentro entre lo natural y lo urbano, donde el concreto se suaviza bajo la frescura de la grama y las sombras generosas de árboles que han visto pasar generaciones enteras.
Este parque ha sido testigo de amores nacientes, despedidas silenciosas, juegos infantiles, ejercicios matutinos y largas conversaciones en sus bancos. Ha sido escenario de alegría y consuelo, de reuniones familiares y paseos solitarios. A lo largo de los años, ha resistido los cambios de la ciudad sin perder su alma. En medio del ritmo vertiginoso de la vida moderna, el Parque Guevara Rojas sigue cumpliendo su propósito: ofrecer un respiro. Sigue siendo ese viejo amigo confiable que siempre está ahí, recordándonos que el equilibrio también se cultiva entre árboles y silencios.
Cuando camines por este parque, no solo lo mires, siéntelo. Busca una banca bajo las copas altas y frondosas. Escucha la brisa deslizarse entre las hojas, mira el juego de luz que se cuela entre las ramas. Y recuerda: cómo sus raíces invisibles que lo sostienen, las historias de una ciudad también se nutren del silencio, la memoria y la paz.
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